El 12 de marzo de 2025, el Cívitas Metropolitano se vistió de gala para un derbi eterno que quedará grabado en la memoria de los aficionados. En un duelo vibrante de Champions League, el Real Madrid, campeón de Europa, volvió a demostrar su capacidad sobrenatural para sobrevivir en el abismo. Frente a un Atlético de Madrid que rozó la hazaña, el partido se decidió en una tanda de penaltis cargada de drama, con un gol tempranero de Gallagher, un doble toque anulado de Julián y un penalti final de Rüdiger que Oblak tuvo en los dedos. Una noche de emociones extremas que dejó al Atlético con el corazón roto y al Madrid reafirmando su leyenda.

Un inicio rojiblanco que encendió el Metropolitano

El Atlético golpeó primero y lo hizo rápido. A los 28 segundos, Julián Álvarez conectó con De Paul, quien envió un centro preciso al área. Gallagher, en una irrupción letal, igualó la eliminatoria ante un Real Madrid que aún no encontraba su lugar. El Metropolitano estalló en éxtasis, y el equipo de Simeone, fiel a su esencia, levantó un muro infranqueable. Reinildo apagó a Rodrygo, De Paul reinó en la medular y Gallagher, tras su gol, se erigió en un coloso. Courtois, con paradas milagrosas, sostuvo a un Madrid desbordado por la intensidad rojiblanca.

El conjunto blanco, con Modric como timón en el once, buscó respuestas, pero se estrelló contra la solidez atlética. Vinicius reclamó una mano de Giuliano que Marciniak descartó, mientras Bellingham, perdido en errores, no encontraba su brillo habitual. El descanso llegó como un respiro para un Madrid que, pese a todo, seguía vivo.

La prórroga y el penalti que pesará en la memoria

La segunda parte mostró a un Madrid más ordenado, pero sin mordiente. Ancelotti ajustó piezas: Valverde al centro y la “BMV” (Bellingham, Mbappé, Vinicius) intentó encender la chispa. Entonces llegó el instante clave: un penalti claro sobre Mbappé, derribado por Lenglet en el área. Vinicius, con la presión a cuestas, falló enviando el balón a las nubes. El Metropolitano rugió, y el Atlético, con Griezmann exhausto pero en pie, resistía como titán. Simeone, estratega eterno, retrasó los cambios, intuyendo la prórroga.

Los 120 minutos fueron un calvario físico y emocional. Correa rozó la gloria con una volea que se fue alta por poco, mientras las lesiones de Mendy y Reinildo reflejaban el desgaste. De Paul, el alma rojiblanca, dijo basta antes del final. El Madrid, sin deslumbrar, igualó fuerzas, pero el Atlético seguía oliendo sangre.

Penaltis: la crueldad del destino

La tanda de penaltis fue un carrusel de emociones. Modric ganó el sorteo y cambió el campo, pero la suerte esquivó al Atlético. Julián marcó, pero un resbalón y doble toque anularon su lanzamiento. Lucas falló, Llorente estrelló el balón en el larguero y Rüdiger, en el penalti decisivo, disparó al centro. Oblak lo rozó, pero no bastó. El balón cruzó la línea, y con él se esfumó el sueño rojiblanco. El Metropolitano, que había vibrado con cada grito de “Atleti”, se hundió en un silencio desgarrador.

El Madrid, rey de lo imposible

El Real Madrid, una vez más, emergió de las cenizas. No fue su noche más brillante, pero supo aferrarse a ese ADN ganador que lo define. El Atlético, con un planteamiento magistral y un esfuerzo sobrehumano, se quedó a un suspiro de la victoria, víctima de esa magia blanca que parece eterna. Para los colchoneros, la derrota es un puñal en el alma; para los madridistas, un nuevo himno de gloria. Así es el fútbol: cruel, épico y, en el Metropolitano, inolvidable.

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